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Por Félix Ruiz
Fotos: © Ricardo Canino y Félix Ruiz
En medio de la oscuridad del escenario del Ateneo de la Ciudad del Saber empezaba a aparecer una silueta humana. Una luz amarilla que, poco a poco, aumentaba su vigor, resaltaba las formas de la espalda desnuda de aquella existencia, al tiempo que ponía en relieve las sombras y los ángulos de sus extremidades. Parecía un cuerpo impávido flotando en la oscuridad del espacio, aferrado a no desaparecer. En el otro extremo, los últimos rayos de luz dibujaban otra forma espigada pero inerte. Era solo un perchero, esperando en la soledad.
Un camino de luz marcaba el trayecto, definía su temporalidad y sus estados. En él, el humano avanzaba con movimientos sencillos pero repetitivos, con la cabeza escondida (purgando culpas o drenando el encierro, quizá), recitando ―casi que respondiendo con el cuerpo a― las reflexiones existenciales de una voz en off que hablaba sobre «la omnipresencia del cambio y la asombrosa capacidad de adaptación humana».
«La existencia es cambio…», continuaba diciendo el discurso de fondo, en voz de Carmen Hernández, que parecía recoger el ideario de Goethe y Bergson sobre aquella metamorfosis maravillosa o en su evolución creadora, respectivamente. Este diálogo interno, filosófico y más vigente que nunca por estos tiempos, que nos confronta sobre un devenir sin interrupción, que nos habla sobre una revolución permanente de la vida, fue el beso sobrio de buenas noches que cerraba la muestra de danza contemporánea SOLOS³, secuela de la novena edición de PRISMA-Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá, realizada ―a pesar de todo― en medio de la pandemia por la COVID-19.
La pieza coreográfica Relatos de un cambio, creada e interpretada por Sara Martín, viene no solo a mostrarnos el reflejo de una vida escapada de fórmulas, cual cronología de un rostro asomado en un espejo; sino que además nos lleva a la conclusión de que las «nuevas normalidades» son producto continuo de los cambios.
En este punto, aunque parezca trillado, no hay metáfora más poderosa que la de un cuerpo en movimiento para demostrar la naturaleza del cambio. Sin embargo, el lenguaje sencillo de las secuencias de Martín, muy lejos de sobredimensionar la obviedad (los cambios), fue más sutil, repetitivo, en espiral; dibujaba los procesos, y, esencialmente, convertía el lenguaje del cuerpo en un mismo discurso con la palabra hablada. Enhorabuena por no reñir entre el lenguaje verbal y no verbal; porque bailar con un argumento tan poderoso de fondo hubiese podido ser catastrófico para la pieza, de haberse convertido en una competencia entre el movimiento y la palabra.
El Nobel de literatura Octavio Paz expresa que la palabra es el hombre mismo y sin ella es inasible. De modo que somos comunicación fundamentalmente y, en medio de la crisis sanitaria que afecta el mundo, nos tocó aprender a valorar más ese aspecto y el de la resiliencia histórica de los artistas, en particular ahora, que deben encontrar voces y discursos más entrañables y con carácter transformador para la sociedad. Definitivamente, «un arma tan poderosa es la normalidad», porque «antes de la norma fue el cambio».
Sara Martín empezó esta obra en cuarentena, en su cuarto, a solas, en su oscuridad, y apareció en medio de la oscuridad de todos, bañada de luz y con un poderoso discurso escrito por Rufino Valdemar.
Ficha técnica
CREADORA E INTÉRPRETE: Sara Martín
MÚSICA Y LUCES: Ricardo Canino
VOZ: Carmen Hernández
TEXTO: Rufino Valdemar
Este blog lo edita Salvador Medina Barahona con el apoyo de
Por Salvador Medina Barahona
Fotos: © Frank Málaga
Leo se sube a la «colita» de PRISMA 9
Corre el año 2020 y una pandemia atroz atenaza al mundo. Estamos en un punto de inflexión y los artistas tienen el mejor caldo de cultivo para crear dentro del confinamiento severo. Ximena, Analida, Alicia y Stephanie, directoras y productoras de PRISMA-Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá, bregan contra todo pronóstico, no se amilanan, y lanzan una convocatoria extraordinaria para lo que, tras bastidores, bautizaron como la colita de PRISMA (9ª edición).
A las 4:30 p. m. del sábado 17 de abril de 2021, con la Ciudad del Saber como aliada, se impusieron a toda adversidad:
«Hoy presentamos los trabajos de las artistas creadoras seleccionadas a través de una convocatoria lanzada durante el confinamiento [...]. Nos sentimos agradecidas de haber podido culminar, aunque con varios meses de atraso, este proyecto con una presentación abierta al público». El ahora consolidado proyecto ha sido nombrado SOLOS³ (solos al cubo).
En este grupo selecto se encuentra la creadora e intérprete italiana Eleonora Dall’Asta, «Leo», radicada en Panamá desde hace 20 años, quien postula el unipersonal DAAD, «una pieza que toma en consideración el espacio, el cuerpo suspendido y el ambiente sonoro para generar un estado anímico de calma...».
Para la fundadora de La tribu performance, primer colectivo de circo contemporáneo de Panamá, 2020 ha sido, pese a todo, un año de logros: aparte de subirse en la colita de PRISMA, obtuvo una Maestría en Circo Contemporáneo de la Universidad de Estocolmo. Un nuevo hito, pues, en su carrera, de quien se ha formado en la Escuela Nacional de Circo de Londres y no olvida sus inicios en la danza, bajo la instrucción de nuestra recordada Vielka Chú, quien fuera, además, gran colaboradora de este festival.
La concepción de DAAB
DAAB, que también puede leerse De A a B, habla de la distancia de un punto A a un punto B, «pero de manera infinita», puntualiza Leo en entrevista del 4 de febrero de 2021, vía Instagram.
«La pieza nació en plena pandemia en un momento muy frustrante para mí. Extrañaba mucho el mar. Me encerraba en el estudio a trabajar algunos elementos (nunca tengo nada concreto, pero siempre estoy trabajando en algo potencial), hasta que apareció la convocatoria. Y como extrañaba el mar, quise hacer algo relacionado con él. Empecé a buscar objetos que tuvieran que ver con suspensión y me sonaran a mar. Un día encontré en el estudio cajas y cajas de marcadores neón, que utilizaba mi Compañía, La Tribu Performance, para hacer sus famosas Neón Partys. Estos habían sido reciclados por más de 10 años. Los lancé al piso y me sonaron a mar. En DAAB mi movimiento se ve muy afectado por las formas que generan estos marcadores, por el paisaje sonoro que ellos crean. Utilizo la suspensión porque es mi trabajo y uso un arnés de pecho para moverme en el espacio», puntualizó.
Los marcadores «construyen y destruyen constantemente». DAAB «analiza la distancia como un punto de exploración de un cuerpo que construye y destruye, un cuerpo que sabe estar en silencio y descubre espacios pequeños e íntimos en medio del caos, un cuerpo que revienta como una onda expansiva y se retrae como el mar desvaneciendo las fronteras entre la forma y el espacio», reza la reseña de presentación del unipersonal.
Estado emocional del momento y pautas de acción
«Todas mis piezas hablan de mi estado emocional del momento. Es inevitable. En esta en particular busco sobre todo flotar encima del caos. Un caos que se ha generado a nivel mundial, un caos pandémico, político, humanitario, cultural... Busco un poco una sensación de paz... Ese es mi propósito», confiesa Dall’Asta.
«Desde hace un tiempo vengo trabajando esto de improvisar en escena siempre. A ver, la improvisación igual se ensaya; pero en mis piezas no existe el 5, 6, 7, 8. Mis piezas son acciones que se desarrollan en el momento. Es imposible, por ejemplo, coreografiar 2.000 marcadores en el piso y saber cómo se van a mover. Lo que sí tengo, obviamente, son pautas de acción. Pero el conteo no es para mí; aunque lo intenté en el pasado. Para mí es un alivio no contar en escena. Sé que también es un riesgo porque uno así no puede ejercer el control absoluto sobre lo que pase. Lo que exige estar (muy) presente en escena. ¡Estar allí! ¡El cuerpo está allí! La idea es que el cuerpo sea real (auténtico) en ese momento».
DAAB en el Gimnasio Kiwanis de Ciudad del Saber
«El orden es un caos en reposo».
J. M. Caballero Bonald
En un recinto cerrado y con el peso de la mirada de los espectadores presenciales (la puesta en su conjunto también fue transmitida en vivo) la intérprete se halla en el piso, entre dos columnas de marcadores neón predominantemente amarillos. Los movimientos iniciales son lentos, pendulares. Viste atuendo caqui: pantalón, suéter manga larga, mascarilla. El torso protagoniza el atrás y adelante, a un ritmo del que van surgiendo movimientos robóticos sutiles, aupados por la música programática.
Esta propuesta sonora de Marissa Chapman un poco hace recordar escenas del largometraje Siete años en el Tíbet, dirigida por Jean-Jacques Annaud, con las actuaciones de Brad Pitt y David Thewlis, donde la música de trompetas tibetanas concita a un estado de meditación profundo, y que en la pieza también se produce ―si se permite la analogía―, en medio del flujo danzario.
El cuerpo va gradualmente intensificando el movimiento, en un crescendo comedido entre las dos columnas de marcadores que se perciben ordenados en sendas masas compactas. Luego surgen las primeras señales de suspensión, hasta que este se hace ver flotando en el espacio que el tiro de la cuerda, en ese instante, le permite abarcar.
Conforme la pieza avanza la fisicalidad se va haciendo más compleja, aunque sin alardes. La música o la propulsa o bien da fe de ello. Giros retadores de la gravedad. Sonidos de mar. El cuerpo va invadiendo el orden de los marcadores y lo va rompiendo con los pies; deconstruye esas dos columnas de cientos y cientos de ellos.
La moción gravitacional del cuerpo demanda y lleva a que este adquiera más cuerda, y, por lo tanto, mayor libertad de desplazamiento. Bajo giros impredecibles, pataditas y gateos, se va desbrozando aún más la ya amorfa y dispersa masa de marcadores que, en el acto, generan ruido, al friccionar con la superficie de linóleo negro, y, más afuera, con la madera amostazada del suelo del Gimnasio Kiwanis de Ciudad del Saber. «Muchos de los sonidos provienen de objetos que utilizo en escena», nos había advertido Leo.
El espectador tiene la impresión de estar viéndola gravitar en el espacio, como una astronauta que lleva su anatomía al límite, tratando de exceder las fronteras y alcanzar lo que está más allá y no se ve.
Sonidos de percusión le imprimen un nuevo dinamismo al solo. El cuerpo se eleva en suspensión. En este punto no toca el suelo. Luego lo retoma, lo re-toca. La música es ahora el pálpito de un corazón gigante que late dentro de una especie de eco marino, o de una ola mayúscula que opera cual atmósfera protectora y/o recinto de abandono, colapso, paroxismo.
Ha cobrado una vida propia el cuerpo, esto es, lejos de los dictados conscientes de la mente. La intérprete parece rebotar en un líquido amniótico que inunda a su vez el vientre de las aguas que oímos, y estar segundos después al filo de una cascada poderosa. La composición, acierto de Chapman, libera relajantes trinos de pájaros, señales alentadoras de que se ha salido a la superficie luego de una profunda inmersión. Al cabo, uno parece haber presenciado el tránsito de ese cuerpo ya no solo de A hasta B, como lo quiere el plan de acciones, sino de un elemento a otro. Del aire al agua. Y del agua a la tierra. El fuego, en llamas de distintos tamaños, ha estado en medio de todos, y ha sido el mismo cuerpo en combustión, así como los cientos de marcadores neón, estrellas refulgentes en el suelo.
Unipersonal hecho a conciencia
Los trabajos de Eleonora Dall’Asta se caracterizan, y esta no es la excepción, por un alto grado de entrega y dificultad, sin que la técnica salga a relucir como mero ejercicio gratuito, exhibicionista. Antes bien, aunque de suyo está allí, es la técnica un resorte casi imperceptible, sello de una ejecución que no pocas veces roza la maestría.
DAAB cumple con solvencia sus objetivos de acción motriz, y más. Nos lleva por un viaje del orden al caos y de este otra vez al orden. Con la posibilidad de seguirlo reproduciendo ad infinitum. De un punto A (orden) a un punto B (caos), Leo se mueve en la matriz del vértigo y la calma.
El suyo es un unipersonal hecho a conciencia, resuelto con altos estándares de improvisación que le imprimen una cercanía imantadora y generan en nosotros emociones dirigidas perdurables, cifradas en el triunfo del momento presente.
Ficha técnica
CREADORA E INTÉRPRETE: Eleonora Dall’Asta
CREADORA DEL SONIDO: Marissa Chapman
Este blog lo edita Salvador Medina Barahona con el apoyo de
Por Ximena Eleta de Sierra
Fotos: © Frank Málaga
Doblamos la esquina en el recorrido por la Ciudad del Saber y aparece ante nosotros una bailarina suspendida por un arnés de cintura en una posición inusitada: pies en el piso, espalda arqueada, cara parcialmente cubierta por una máscara. La bailarina cambia de posición de forma repentina, cual muñeca de trapo. Varía la dirección de su cuerpo; va y vuelve, va y vuelve. Intenta correr pero no puede. Se bambolea de forma paralela al piso; el péndulo la regresa. Busca a su alrededor con brazos y manos; se rinde. Busca a quien abrazar; no hay nadie.
Es Ana María Suárez, aerealista profesional experimentada en el uso del arnés para danza, quien interpreta el unipersonal Desvé en el Mercado Urbano. Sus aparentes intentos fallidos por moverse de forma fluida y escapar a sus limitaciones y su amarre a un punto fijo hacen eco en todos nosotros, que hemos experimentado una cuarentena intermitente por 13 meses y ahora desafiamos nuestros miedos para experimentar la danza de forma presencial.
Anita, como es conocida en el círculo de la danza, es una de las 5 coreógrafas locales que postularon sus propuestas tras una convocatoria abierta extraordinaria, SOLOS3, lanzada por PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá en abril de 2020. Seleccionadas por un jurado compuesto por 3 directores de festivales internacionales entre 14 propuestas, las 5 piezas unipersonales fueron mostradas el sábado 17 de abril en 5 puntos distintos de la ya citada Ciudad del Saber a 50 afortunados espectadores que saboreamos cada una de ellas, cual niños a quienes se les había privado por un año de disfrutar un helado, y son llevados a comer ¡no uno sino 5, y de sabores diferentes! Desvé es la tercera obra en nuestro desplazamiento por el circuito de presentaciones.
Acompañada en escena por el músico experimental Jonathan Valdivieso, que utilizó sensores de movimiento para la composición sonora, Anita retoma su exploración. Arqueada, permite que sus brazos exploren el espacio aéreo alrededor de su cuerpo y se empieza a relacionar con su propia imagen, proyectada en la pared detrás de ella, que a veces inicia y a veces imita sus movimientos.
Las notas agudas y sostenidas de la guitarra eléctrica acompañan su búsqueda. En posición invertida, con manos y pies en el piso ―un puente humano―, es arrastrada repetidamente hacia el centro del círculo que constituye su mundo, y su imagen es a su vez reflejada, una y dos y tres veces.
Balances, círculos, suspensiones la llevan a explorar sus posibilidades, como tratando de «desver» lo que normalmente realiza con ese aparato que le es tan natural. «Desvé viene de ‘desver’, una palabra que no existe pero que para mí […] indica la anulación consciente de cómo siempre se ha visto algo o cómo estamos acostumbrados a ver las cosas», nos aclara Anita. Ella nos «desvé» desde una posición invertida; «desvé» los movimientos que ha hecho innumerables veces y explora otros.
«La idea ―nos explica la también coreógrafa― es no parar nunca de encontrar nuevas maneras […] de proyectar una nueva visión y poder jugar con eso, con la transformación de lo que uno tiene enfrente, y cómo realmente lo transformas de acuerdo a tus percepciones». «Dentro del “caos” que vivimos el año pasado ―termina diciendo― lo que vemos hoy es la evolución de todo este proceso, que al final se transformó».
Anita ahora pendula, hace acrobacias. Reta la gravedad; reta la circunferencia que le permite el largo de la soga que la suspende; reta el diámetro en el que puede pendular; y es como si también retara a la guitarra eléctrica a seguirla.
Una y otra vez lanza su cuerpo a ese vacío que inexorablemente la trae de vuelta. Lo hace hasta que ya, exhausta, se detiene. Y la guitarra con ella.
Un giro final con su cuerpo invertido como un lápiz cabeza abajo termina de envolvernos, como nos envuelve un sentimiento de esperanza de que el mundo sigue, seguirá girando con ella, y que el arte gira y perdura a pesar de todo.
Ficha técnica
CREADORA E INTÉRPRETE: Ana María Suárez
CREADOR DEL SONIDO: Jonathan Valdivieso
Este blog lo edita Salvador Medina Barahona con el apoyo de
Por Brígida Tobón
Una escalera de metal se amalgama con la pared que, de impoluto blanco, sueña con transmutarse en espejo. La escalinata llama al ascenso consciente que es inaccesible; señala el camino al cielo, aun a sabiendas de que del paraíso no existen huellas. La mujer dubitativa contempla ese universo de imposibilidad mientras la música de tubos soplados por el viento la empuja para que, sin mirar atrás, alcance una rampa que la llevará de espaldas a deconstruirse.
Así comienza el hermoso solo t.ejer, de la brasileña Carolina Figueiredo, presentado dentro de la iniciativa SOLOS³ (solos al cubo), de Prisma-Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá y la Fundación Ciudad del Saber.
El performance llega a escena como respuesta a una convocatoria extraordinaria de creación, realizada por Prisma para bailarines panameños o residentes en el país, durante los meses de confinamiento a causa de la COVID 19. Las cinco piezas unipersonales seleccionadas fueron exhibidas el sábado 17 de abril de 2021 en el campus de la Ciudad del Saber y fueron simultáneamente transmitidas en vivo.
Después de una década como bailarina clásica, Figueiredo empieza la creación de obras de danza contemporánea y performance utilizando la multidisciplinariedad y apoyándose en investigaciones de problemáticas socioambientales. Desde 2008 reside en Panamá, donde ha sido parte del Ballet Nacional, la Fundación Espacio Creativo, la Academia de Danzas Steps y PATACóN. En 2019 recibe el premio de mejor coreógrafa del World Ballet Competition por su obra R:espirazione.
En palabras de la misma artista, t.ejer «es una conversación entre la danza, la música, el video y la arquitectura, que cuestiona la idea actual de progreso». La pieza surge después de un proceso de investigación que comenzó con una serie de videos para hablar de espacios vacíos y abandonados, intervenidos con el cuerpo y utilizando recursos audiovisuales.
A partir de la convocatoria de Prisma, la bailarina se da a la tarea de mutar la idea primigenia para posibilitar que el cuerpo sea el único instrumento que narre, desde su verticalidad, la deconstrucción, hasta llegar a una circularidad que es habitada, como dice ella, por nudos, pausas, puntos y espacios.
El espectáculo es puro arte conceptual, interpretado con gran pulcritud y precisión.
Ella prosigue en su deconstrucción al ritmo de la música que taladra, que es aullido de ciudad, que no la suelta. Rema en el aire como en convulsión; sus brazos no se cansan de bogar. Se suelta el cabello. Se libera de la mascarilla-mordaza. Espacio-cuerpo le pertenecen. Danza con ella misma. Gira y gira para construir el abrazo, para envolverse siempre con más fuerza.
La música se transforma en gotas, en las olas del mar que van aquietando todo paroxismo. Es el epílogo en la de/construcción de una nueva existencia, que derrumba la propia soledad para «t.ejer… verbo y minúscula, con pausa y permanente deconstrucción».
La música de Lutz Gallmeister es vehemente. Guía todo el viaje de la bailarina para desmontar el andamiaje de su condición de ser y así mostrar/demostrar(se) contradicciones y ambigüedades. El músico alemán recoge el bullicio que anida en las paredes: electricidad, tubos de agua, voces ocultas y sonidos industriales, para acompañar el diálogo que la danza hace con las memorias de un espacio, que es también el cuerpo de la artista. Los despojos sobreviven en el tiempo y los nuevos muros se sobreponen en silencio sobre las cicatrices, quedando solo el hechizo de la imagen del cuerpo en movimiento.
Al final, los espectadores de t.ejer han podido sentir lo que expresó Borges en su libro Ficciones: «Las cosas se duplican en Tlön; propenden asimismo a borrarse y a perder los detalles cuando los olvida la gente. Es clásico el ejemplo de un umbral que perduró mientras lo visitaba un mendigo y que se perdió de vista a su muerte. A veces unos pájaros, un caballo, han salvado las ruinas de un anfiteatro».
Lo han podido sentir porque Carolina Figueiredo, a través de su danza, le insufló vida a una rampa moribunda, que yacía olvidada entre petrificados árboles de mango y lamentos de chicharras.
Ficha técnica
CREADORA E INTÉRPRETE: Carolina Figueiredo
ARTISTA DEL SONIDO: Lutz Gallmeister
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Por Alex Mariscal
A las 4:30 de la tarde del sábado 17 de abril de 2021, el Prisma-Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá y Fundación Ciudad del Saber presentaron el resultado de una convocatoria extraordinaria de creación para bailarines locales durante los meses más arduos de confinamiento, que fue titulada Solos³ (solos al cubo).
En Los Lagos de Ciudad del Saber se dio inicio a un programa, que incluiría 5 solos, con la pieza «Cuestión de egos».
La ejecutante, Virginia Valladares, hizo uso de un resorte interesante: una tela unida a un árbol, cual nido blanco lateral flotante, del cual emergió como un ave que se desprende de su casa. La imagen dio pie a una primera acción, y se detonaron las posibles lecturas. ¿Salía del nido? ¿Se desvestía de una suerte de máscara que cubría la mitad de su cuerpo?
En efecto, estas primeras imágenes me siguieron durante la ejecución ―y aún ahora que escribo estas notas― como una rueda dentada que se desliza por mi mente. La sensación me hizo pensar en lo dicho por alguno de mis maestros en clase de composición escénica: «la primera acción, la primera palabra o la primera imagen de una pieza es como la palanca newtoniana que catapulta al ejecutante, o al espectador que se refleja en este, a una de las múltiples posibilidades del resto de su creación. Como un arco que se levanta y la flecha sigue el destino ya trazado».
La primera acción de Valladares fue dejar la tela que colgaba de un árbol para hacer trazos sencillos rítmicos, intensos, en crescendo: rodar, caer, girar sobre la negredad de un linóleo que reflejaba el cielo plomizo. Una secuencia de zigzag, tensión, distensión de su mano que se empecinaba en hacer algo diferente al resto del cuerpo. En mi lectura del personaje, no de la ejecutante, percibí que afirmaba sensorialmente angustia y una expresión clara y fuerte de emociones contrarias.
Por otro lado, el piano también se empecinaba en trémolos persistentes que alimentaban esta sensación. Sin embargo, la idea y el motivo del movimiento, así como la música se difuminaban como una barca de papel bajo el peso de un diluvio de palabras: las del discurso hablado.
Sentado sobre una piedra ovoide, bajo otro árbol, hacía esfuerzos por evadir las densas gotas del discurso para seguir la delicadeza de la pieza. La ejecución se desarrolló con gracia erótica, belleza y genuinidad expresiva.
Y aunque intentaba imaginar que Valladares seguía desenrollando muchas capas de telas invisibles o quizás máscaras, la rudeza del discurso hablado, no la fuerza expresiva del movimiento ni la música, me impulsaban siempre a cuestionarme sobre el principio de la palanca newtoniana: esa primera imagen. ¿Acaso al salir del nido y despojarse del árbol se nos multiplican los yoes? ¿Acaso esos muchos otros habitan en un solo yo que nunca terminaremos de conocer?
Ficha técnica
CREADORA E INTÉRPRETE: Virginia Valladares
CRÉDITO MUSICAL: Julio Méndez
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